jueves, junio 19, 2014

MI VIEJO

Al poco tiempo de haber muerto mi viejo entré en un bar del centro de Buenos Aires, tenía una cita de trabajo pero me sobraba tiempo.
Pedí un cortado y lo vi llegar.
Entró como sin verme, no me miró cuando se sentó frente a mí.
El mozo volvió con dos café en su bandeja y por un momento temí que los dejara sobre mi mesa, pero para mi alivio o decepción sólo dejó el mío.
-¿No tomás nada?
Ahí sí, me miró y una sonrisa o tal vez un viento tibio vino de muy lejos.
-¿Viste que era cierto? Vos no me creías- dijo apenas, dejó las palabras como a fichas del dominó que jugábamos sobre una mesa parecida a la del bar.
-Tampoco ahora me convenciste- le retruqué: -Ya ves, estás acá, mirándome.
Creo que extendió su mano, sólo para que yo me enterara de que no estaba helada como las de los muertos.
-Quedate acá- me dijo: -Ya vuelvo.
Se levantó despacio, en los últimos años le costaba echar a andar su esqueleto, y salió del bar, ya sin volver a mirarme.

Fue esa la verdadera última vez que vi a mi viejo, en un bar al que había entrado porque me sobraba el tiempo.

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