miércoles, diciembre 05, 2012

PESO Y POLVO


Después de deleitarme anteanoche con el antiguo reportaje de la TVE a Juan Rulfo, me topo anoche en otro canal con Jorge Asís.
Tres cronistas jóvenes –cuya especialidad parece ser la economía- lo reverencian en cámara. Asís se jacta de haber escrito ya veintipico largo de libros y de que todavía se hable de “Flores robadas en los jardines de Quilmes”.
Aclara que “Flores robadas…” fue su cuarta o quinta novela, que su obra había arrancado antes con “Los reventados”. 
Yo leí “Flores…” –un fenómeno de ventas- con cierto inicial placer y un creciente sinsabor cuando avanzaba en sus páginas, tomando distancia e ironizando con su habitual acidez sobre la militancia política de los ´70, por entonces diezmada, torturada y asesinada por la dictadura militar.
Encaramado cotidianamente en las páginas de Clarín, durante esa trágica segunda mitad de la década del ´70 Asís firmaba unas crónicas “arltianas” bajo el seudónimo de Oberdan Rocamora y el padrinazgo literario de Luis Gregorich, una suerte de Beatriz Sarlo masculino de la época.
Es un buen escritor, Asís. Sus crónicas en Clarín eran originales y divertidas: por ellas desfiló buena parte de la picaresca y el pintorequismo de Buenos Aires, generosa en historias como cualquier megalópolis -aún en plena noche dictatorial.
Asís cayó en desgracia cuando, bajo la forma de una novela, publicó una suerte de escrache general de los personajes del diario que lo había catapultado a la fama.
Ahora –tal vez en compensación por tantos años de ninguneo del “gran diario argentino” y el desgaste de Magneto & Cía-, el escritor asoma su testa con una novela, “Hombre de gris”.
El problema de Jorge Cayetano Asís –como gusta presentarse en su nueva etapa- no es literario sino político. Como Clarín –su diario soporte y luego su tumba-, cuyo problema tampoco es periodístico.
Asís ha vivido lo suficiente como para haber escrito y editado los veintipico de libros que denuncia como inventario.
Desde Rulfo sabemos que la cantidad sólo suma peso y polvo a una biblioteca de las convencionales, de las que amaba Borges –aunque sospecho que sin Asís y sin nosotros.

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