Con Lucio Yudicello y
Leonardo Oyola conformamos el jurado del premio de novela negra Azabache. En
una apretada semana me despaché las novelas finalistas y discutí con mis
colegas de qué iba cada una y con qué méritos. Elegimos La soledad del mal y,
como primera finalista –que será también editada por EDUVIM-, Postales de Río.
Debo decir que Postales…
estuvo ahí, arañando a La soledad…, por su potencia narrativa y su original
mirada sobre la violencia urbana. Una novela que te recomiendo leer en cuanto
se edite, si sos amante del género y no le tenés miedo al miedo que te infunde,
al dolor que la impregna como si hubiera sido escrita con un bisturí que hiere
tu carne.
Nos decidimos finalmente por
La soledad del mal porque coincidimos en que se trata de una obra madura, que
en poco tiempo podría erigirse en canónica del género, despojada de efectismos,
profunda como la mortal relación que el protagonista establece con sus
víctimas.
Si el premio no hubiese sido
de “novela negra”, confieso que habría dado hasta mi sangre por apoyar a La
muerte larga de Raúl Marelli, una novela escrita con maestría singular y serena
en el panorama desorbitado de la actual literatura argentina, sin los
habituales efectismos de alguna auto proclamada vanguardia, un libro que recupera
voces y cadencias como alguna vez supo hacerlo Manuel Puig en La traición de
Rita Hayworth, pero que en el final estalla en un atardecer de la pasión
contenida, una manera como pocas he visto –o leído- de escribir sobre la
impotencia y la pérdida.
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