martes, febrero 07, 2012

BARAJAS


Aterricé en Barajas. El viaje fue breve –menos de las doce largas horas que depara cruzar el charco. La máquina no fue un boeing ni un airbus, sino la novela de Alejandra Zina.
Vuelo sin miedo a la altura, aunque sujeto a turbulencias propias de una historia personal que necesita, como las neuronas, de conexiones dendríticas. Porque son esas otras historias las que chisporrotean, electrizan el texto donde una “aeromoza” –azafata, les decimos de este lado del charco- se despacha con sus obsesiones y recuerdos.
No hay bajones, pese a las turbulencias. Diálogos ligeros y, como tales, engañosos, porque sugieren o refieren una frivolidad que se contradice con el filo que abre heridas y hasta se ensaña con algunas cicatrices.
La azafata se las ingenia, en la novela de Zina, para conducirnos en un viaje introspectivo salpicado de fuegos: artificiales, muchos de ellos, regocijantes. Y naturales, algunos, intensos como el capítulo “Hay hombres que se arrodillan a tus pies”.
Un crítico pedorro diría “muy recomendable para leer en la playa”.
Yo, que no soy crítico, te digo que tenés todo el año para leerlo. Y si no fuiste a la playa, subite a la montaña, no vas a perderte nada, incluso vas a estar más cerca porque Zina vuela alto.
Si fuera pedorramente crítico diría que “Barajas trasunta un clima almodovariano”. Y bueno, quién te dice. Pero hasta si no te gusta Almodóvar te va a gustar Zina.
Locuaz, aguda, excitante y por momentos melancólica, “Barajas” es una divertida y bella manera de viajar aunque no esté en tus planes llegar a España.

Editó Plaza & Janés, 252 páginas, $ 65.

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