Si todos los días fueran sábado no acabaría el baile de iniciación, girarías hora tras hora abrazada por él y las campanas rozarían la medianoche sin repicarla. Y serías princesa del amanecer y apenas cenicienta de aquel desvanecido primer sueño.
Pero cada día es otro, sucesivo e implacable, en esta quietud sin sábado.
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